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PSYCHOMEDIA
TERAPIA NEL SETTING INDIVIDUALE
Psicoanalisi in America Latina



Las teorías en la mente del analista durante su trabajo

Lilia Bordone de Semeniuk, Alberto Solimano, Aníbal Villa Segura,
Samuel Zysman (coord.)




Introducción.

Puede parecer superfluo que comencemos por decir que al realizar nuestro trabajo diario como analistas somos usuarios de teorías. También, que a veces intentamos -dentro de nuestras posibilidades- introducir alguna idea propia en el corpus teórico ya existente. Pero lo decimos porque estos hechos adquieren una relevancia especial en la clínica. En su ejercicio es inevitable que tomemos decisiones (como pueden ser la oportunidad y el contenido de una interpretación) y no podemos ignorar que la puesta en práctica de dichas decisiones se realiza en un marco al que le asignamos una finalidad terapéutica.

Los autores de este trabajo compartimos por varios motivos la idea de que estas aclaraciones iniciales son necesarias dado que las teorías en general - no solo las psicoanalíticas- participan del descrédito que en los últimos años se ha abatido sobre la razón y sus posibilidades de proveernos de explicaciones confiables de lo que percibimos en el contacto con la realidad. Entre los analistas, pero a decir verdad entre los usuarios de teorías en general, a veces parece instalarse cierta confusión entre la necesidad genuina de un soporte teórico para nuestra tarea y las distorsiones observables en su aplicación. Esto se evidencia en el uso dogmático de cualquier teoría, incluso de las que se muestran útiles, y por eso hay analistas que creen que ser consistentes teóricamente se traduce automáticamente en rigidez y autoritarismo en la clínica. Pensamos que la persistencia en tal confusión puede llevarnos a creer que se puede trabajar con prescindencia de la relación existente entre nuestras intervenciones concretas y las teorías que las sustentan, lo que nos pondría en riesgo de caer tarde o temprano en la improvisación, o peor aun, en una autosuficiencia megalomaníaca.

En este sentido, si algo pudimos aprender del método de Freud a lo largo de todo su fecundo trabajo, es que sostuvo consistentemente tanto la necesidad de teorías que den cuenta de los datos clínicos, como la de tomar esos datos como definitorios a la hora de juzgar la validez de las teorías. En este punto conviene recordar los criterios metodológicos, tanto de Bion como de David Liberman: ambos señalaban que los analistas realizamos nuestra labor especifica en las sesiones, pero que cualquier estudio sistemático que intentemos realizar acerca de las mismas y sobre sus presupuestos teóricos solo podemos realizarlo luego, fuera de ellas. Este criterio, que tanto quiere proteger el desarrollo mismo de la sesión como la tarea de investigación posterior, nos permite delimitar mejor el objeto de nuestra presentación: nos interesa estudiar la calidad y la estructura de nuestras teorías, su lugar en nuestras mentes y el uso que les damos durante las sesiones, porque al trabajar con los pacientes usamos constantemente nuestras mentes y las teorías que contienen. Esas teorías que gravitan permanentemente en nuestra tarea, lo reconozcamos o no, y la forma en que lo hacen, constituyen el centro de nuestro interés. Pero sabemos que no las podemos tomar como principal objeto de estudio en el curso de la sesión sino luego, porque de lo contrario estaríamos cambiando el eje de la misma, que debe pasar inexorablemente por las necesidades de la cura del paciente.

Teorías psicoanalíticas.

Las teorías que sostienen nuestra acción terapéutica son conjuntos de enunciados de distinto nivel cuya utilidad consiste en brindarnos la base de racionalidad necesaria para fundamentar nuestras conductas, entre ellas, muy especialmente las interpretaciones que debemos dar durante el transcurso de cualquier tratamiento. Los enunciados teóricos de distinto nivel a que aludimos son, por un lado, aquellos que expresan y tratan de explicar los hechos inmediatos de una sesión. Su ordenamiento y su formulación (acorde a las posibilidades de ser captados por el paciente en cada momento) constituyen el núcleo de la interpretación.

Por el otro, están los enunciados de mayor nivel de abstracción y distancia de los datos empíricos, que forman parte de las llamadas teorías intermedias. Finalmente culminan esta secuencia los enunciados metapsicológicos. Dentro de este contexto podemos considerar a la teoría de la técnica, con sus diversas estipulaciones que parten de los “consejos al medico” (Freud, 1912), como un conjunto de enunciados mixtos que contienen términos teóricos y fácticos a la vez, los cuales sirven como reglas de correspondencia entre teoría y práctica.

Se nos presenta entonces un panorama con cierto grado de complejidad, al que nos falta todavía agregar algunas cosas más. Una de ellas es que entre las teorías de que somos usuarios se cuenta la del inconsciente. A su respecto y para los fines de esta presentación, es suficiente señalar que no podemos dejar de lado que la observación y la escucha de los pacientes si bien constituyen una actividad consciente y tributaria de nuestras capacidades yoicas1, tiene también de manera ineludible componentes inconscientes e irracionales. Si reconocemos que no somos por completo dueños de nuestros actos, ni de nuestras percepciones, ni de su acompañamiento emocional en la vida corriente, es difícil sostener que podamos serlo mientras trabajamos. En otras palabras, el uso que hacemos de las teorías para interpretar a nuestros pacientes no es un acto tan enteramente racional y neutral como quisiéramos que fuese; ya Anzieu (1972) resumió este punto de vista brillantemente diciendo que “la interpretación es proceso secundario infiltrado de proceso primario”. A decir verdad, la preocupación por las condiciones subjetivas que inciden decisivamente en el desempeño clínico de los analistas es casi tan antigua como el psicoanálisis mismo, y podemos datarla con el descubrimiento de la contratransferencia por parte de Freud (1910). La idea de que ningún analista puede avanzar en un tratamiento más allá de lo que le permiten sus propios complejos fue una advertencia seminal que condujo a preconizar la necesidad de que los analistas se analicen y también, muchos años más tarde, a diversas investigaciones que tratan de explicar la complicada relación que mantenemos en la clínica con nuestras teorías.

Desde este punto de vista, y dado que actualmente disponemos de las teorías de la transferencia y de la contratransferencia, si nos atenemos a las consecuencias lógicas de las mismas podremos comprobar que ciertos hechos pasan a primer plano. Así registramos que tanto las teorías sostenidas en un trabajo o una discusión, como las que subyacen a nuestras formulaciones interpretativas, se ven modificadas en mayor o menor grado por estar nosotros mismos involucrados en la clase de fenómenos de que se ocupan dichas teorías, y que se encuentran en cualquier interacción humana. Sin embargo, no se trata tanto, o no solo, del grado de transformación que pueden sufrir las teorías que sabemos que tenemos, sino del hecho de albergar en nuestras mentes otras teorías que ignoramos tener, o dicho de otro modo: teorías que podemos calificar como inconscientes. Mantendremos por un momento este último término sin precisarlo demasiado, y diremos acerca de las teorías inconscientes como tales que pueden ser complementos o desarrollos de las primeras, pero que también pueden ser diferentes y aún contradictorias con ellas. Se trata de un hecho nada banal si tomamos en cuenta que es con nuestras propias mentes y con sus diversos modos de operar en general, que abordamos nuestra diaria tarea clínica.

Ingresamos de este modo al complejo pero fascinante panorama de la mente del analista durante su trabajo. Seguramente seria más atractivo imaginar que la misma funciona (o debería funcionar) como un instrumento preciso y confiable, objetivo, neutral, aplicando eficazmente los conocimientos teóricos a la intelección del discurso del paciente. Lamentablemente, ésto no nos parece posible: solo podemos aceptar que es tan falible como la del paciente y que como lo dijo Freud, no puede ir en el trabajo más allá de sus propias limitaciones.

Debemos entonces por un lado pensar en las condiciones necesarias para que el analista pueda desarrollar aceptablemente bien su tarea. Por el otro, nos toca estudiar detenidamente el derrotero y las vicisitudes de las teorías en nuestras mentes, teniendo como atractivo la posibilidad de entender mejor lo que hacemos y refinar nuestro trabajo. En el actual panorama de las investigaciones en psicoanálisis este tipo de estudio podría considerarse en parte como una investigación conceptual, puesto que se refiere a los variados significados que damos al concepto de teoría. También, en parte, como una forma de investigación empírica, no ya de resultados o de procesos, sino acerca de la base (empírica) constituida por las teorías mismas y por el “comercio” mental que entabla el analista con ellas.

Nos hemos referido mas arriba al carácter de inconsciente (por ahora en un sentido amplio) de ciertas teorías que influyen en nuestra comprensión del material y en el armado de las interpretaciones, pero así enfocada se trataría por ahora de una aproximación predominantemente descriptiva al fenómeno. Para abordar todo el gran conjunto heterogéneo de teorías que utilizamos, los analistas solemos recurrir al estudio de la transferencia y la contratransferencia y muy especialmente al de la formulación de las interpretaciones, pues es en ellas donde podemos detectar las formas en que conviven y los efectos de sus diferentes estructuras internas. En la Argentina, con posterioridad a los trabajos de Racker y Grinberg sobre las modalidades de la contratransferencia, sobresalen las investigaciones de Liberman en las décadas de 1960 y 1970, basadas en la teoría de la comunicación y la lingüística. Él usaba indicadores lingüísticos para dar cuenta del desempeño del paciente y del analista a lo largo del proceso, así como del efecto terapéutico o iatrogénico de la aplicación de sus teorías.

Una preocupación similar guió a Joel Zac (1972) en su intento de explicar como y donde se originan las interpretaciones en el analista, para lo que introdujo los conceptos de “Yo racional” “Yo irracional” y “Yo privado” cuyo seguimiento permite atisbar las teorías con que opera cada uno de ellos y los productos del conjunto. En lo que hace a nuestro medio, debemos también mencionar el estudio sistemático de sesiones realizado por Guillermo Lancelle y colaboradores (1990) con el propósito de “observar y efectuar inferencias apropiadas y objetivables de la integridad de las manifestaciones clínicas, del modo en que operan en la practica las teorías que se esgrimen y como inciden la personalidad y concepciones del analista en la situación terapéutica”. También Ricardo Bernardi se ha interesado muy especialmente en estudiar las vicisitudes de las teorías partiendo de la base empírica consistente en trabajos publicados y variaciones en el numero de referencias bibliograficas a autores de escuelas diversas. Sus estudios (2003, 129) le permiten sostener que “los cambios en las posiciones teóricas y técnicas no se acompañan de un examen sistemático de las diferentes ideas en juego ni de una especificación de las razones a favor o en contra de ellas”. Si bien esta investigación en particular no se detiene a emitir hipótesis acerca de los mecanismos psíquicos que podrían estar involucrados al realizarse las distintas opciones, sus conclusiones sirven como una excelente guía para avanzar en el esclarecimiento de los destinos de las teorías en nuestras mentes.

El grupo de trabajo dedicado a la investigación de estos problemas en la Federación Europea de Psicoanalisis dispone de un instrumento de investigación de las “teorías explicitas” y las “teorías privadas” del analista en su tarea, al que denomina “mapeo” o “grilla” (Canestri et al., 2003).2 Estas denominaciones de las teorías (explicitas o publicas, e implícitas o privadas) parten de los conceptos expuestos por Joseph y Anne Marie Sandler en dos trabajos de 1983 en los que hacen uso extensivo de los modelos topográfico y estructural de Freud para introducir su modelo de las tres cajas (The three box model). Desde esta perspectiva, definen las teorías implícitas (privadas) del analista como una suerte de construcciones y esquemas parciales que están en el Pc., disponibles para volverse conscientes al superar la segunda censura (entre Pc y Cc), o en términos del modelo mencionado, entre la segunda y tercera “caja”. En otras palabras, las teorías “implícitas” o “privadas” quedan definidas como inconscientes en el sentido descriptivo solamente y pueden eventualmente tornarse “públicas” (o “explicitas”). Naturalmente, solo estas últimas son conscientes.

Los autores de este trabajo pensamos que tal coexistencia de diversas teorías en la mente del analista constituye un hecho que merece ser investigado detenidamente, en especial por las ya mencionadas repercusiones clínicas y su correlato ético. Intentaremos en lo que sigue agregar algunas ideas referidas a los distintos tipos de teorías y a su condición de conscientes o inconscientes, comenzando con algunas definiciones operacionales de los términos que empleamos

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TEORIA. A los fines de esta presentación nos parece adecuado tomar la definición de G. Klimovsky (1994), que entiende como teorías un conjunto de hipótesis relacionadas entre si, que intentan explicar algún aspecto de la realidad y eventualmente permiten ciertas predicciones.

TEORIA EXPLICITA

Es aquella que el analista reconoce como su instrumento, la que él piensa que va a determinar su escucha y su interpretación, o por lo menos la que va a tomar como referencia para dar cuenta de su práctica. Casi siempre es una teoría “oficial”, esto quiere decir que es compartida por un grupo o escuela a la que el analista considera de pertenencia.

Por definición es conciente o preconsciente.

Son teorías explícitas aquellas que un aspirante a analista aprende en los seminarios y en las supervisiones didácticas.

TEORIA IMPLICITA

Llamamos así a la que opera determinando también la práctica del analista, pero sin ser reconocida por éste de la misma manera que la anterior El no reconocimiento supone un abanico de diferentes grados de conciencia. Al introducir esta nomenclatura los Sandler (1983) se refieren como dijimos a teorías inconscientes en el sentido descriptivo, las que están localizadas en el Prec. y disponibles para su uso por el analista en caso de necesidad. Esto es, que pueden volverse conscientes en un momento dado. Ambas tipos de teorías (implícitas y explicitas) no conviven disociadamente, sino que operan en forma conjunta en la comprensión del hecho psicoanalítico y también en su interpretación.

Intentaremos ahora ampliar el enfoque predominantemente estructural y topográfico en que se apoyan los Sandler, con otro que pueda incluir mejor algunos hechos observables en la clínica. Para eso parece conveniente reformular los mismos conceptos desde una perspectiva ligada a la teoría de las relaciones objetales. Pensamos que este abordaje puede mejorar la explicación del carácter inconsciente de las teorías implícitas.

Comencemos por decir que es probable que las teorías sufran algunas vicisitudes similares a las de los objetos internos, que están sujetos a continuos movimientos de cambio y remodelación. Previo a estos cambios, el mismo proceso de su incorporación puede ser diverso. Es probable que las teorías ingresen en un primer momento al psiquismo a la manera de un aprendizaje mimético, con algo de repetición de lo visto y oído, y sin que su significación completa tenga el matiz singular que adquirirá más tarde. Pensamos que el aprendizaje mimético puede comprenderse a partir de la teoría de la identificación.

Cuando tratamos de explicar el fenómeno mimético desde la teoría kleiniana de la identificación, se vuelve evidente una relación de objeto desde el inicio. Un observable habitual es el del analista en formación que incorpora simultáneamente la teoría y el modo de hablar de su analista ó supervisor. Es posible explicar este fenómeno recurriendo al concepto de identificación proyectiva en un objeto interno (Meltzer, Money-Kyrle) o al de identificaciones adhesivas (Bick). Suponemos que un uso de las teorías plástico y adecuado a cada situación clínica dependería del predominio de identificaciones introyectivas del analista, lo que parece también coincidir con lo que Wisdom (1961), en su modelo “planetario”, denominaba introyecciones nucleares. Entendemos que las identificaciones introyectivas en sentido estricto (o nucleares), por todo lo que este concepto significa en términos de elaboración y conocimiento más realista de los objetos, relativizan la posibilidad de un uso dogmático de las teorías y allanan el camino para el descubrimiento por parte del analista clínico de sus propias teorías implícitas. En realidad, lo que este tipo de acercamiento al problema que estamos tratando supone es que existe una correlación entre los distintos estados mentales posibles del analista y el destino de las introyecciones que durante los mismos se realizan, entre las cuales debemos contar las que corresponden a las teorías mismas y a las personas que las sostienen o encarnan. Resultaría muy difícil, por ejemplo, intentar una separación total en nuestras mentes de los conceptos básicos de la teoría freudiana y nuestra admiración –nuestro cariño inclusive- por la figura misma del creador del psicoanálisis y por su ejemplo de honestidad intelectual. Al mismo tiempo sabemos – y también hemos sido testigos- que sintiendo lo que sentimos por Freud, la discusión de sus teorías y el intento de ampliarlas o incluso superarlas produce todavía duros debates y enconos personales, como si el respeto por su obra constituyese un impedimento para hacer lo que el mismo sugería, esto es, modificar aquellos aspectos de sus hipótesis que así lo requieran. En nuestra ciencia quizás este sea uno de los mejores ejemplos de que la vida de las teorías, su mismo destino en nuestras mentes y en el seno de la comunidad psicoanalítica depende de muchos factores que van más allá de su lógica interna y del grado de conciencia que tengamos de ellas. Stein, citado por Bohleber (2005), también ha examinado este problema y ha mostrado que los lazos de lealtad pueden a la vez promover el pensamiento clínico y también perturbarlo, al ocultar lagunas en la teorización y retardando el replanteo de los conceptos. Una gran utilidad de este modo de enfocar la relación con las propias teorías consiste en que saca a relucir la relación existente entre la integración como estado mental del analista y su posibilidad de integrar teoría y clínica, a lo que agregamos el concepto de integridad ética introducido por Rangell (Rangell, 1974; Zysman, 1997a, 2000).

Vamos a retomar ahora el tema del carácter inconsciente de las teorías implícitas para intentar ampliar su comprensión. Habría desde nuestro punto de vista por lo menos dos clases de ellas: una primera clase estaría constituida por aquellas no publicadas, por hallarse bajo los efectos de la censura. Suponemos que cuando ésta actúa sobre modelos referidos al método psicoanalítico esto puede deberse a cuestionamientos por parte del mismo psicoanalista a la teoría explicita. Esta primera clase, constituida mayormente por teorías y modelos parciales, coincide con la descripción de los Sandler que sirve de base al ‘mapeo’ y dota de instrumentos al analista para ser aplicados cuando surge la necesidad, en determinadas situaciones clínicas en que la teoría empleada parece no ser de utilidad en la versión oficial.

Pero podemos también pensar en la existencia de una segunda clase de teorías implícitas que consistiría en conjuntos de hipótesis cuyo carácter de inconscientes no cabe explicar solamente en base a la acción de la segunda censura y nos parece que su reconocimiento necesita de una o más hipótesis auxiliares. Podemos sostener que no habrían alcanzado la ‘publicación’ (en el sentido de Bion) en la mente del propio analista y la hipótesis que ofrecemos es que se trataría de teorías en ciernes que requieren todavía de un recorrido ulterior, que comienza con su concientización. Esto nos lleva a señalar que no debemos subestimar el valor potencial de las teorías implícitas como fuente de descubrimientos; nos parece por ejemplo que así se puede entender la manera en que Freud pudo llegar a formular – a partir del caso Dora- la teoría de la transferencia.

También podemos sostener que esta segunda clase de teorías implícitas tiene puntos de contacto con el concepto de fantasía inconsciente. Para llegar a esta idea partimos de la noción aceptada de que en la transferencia y la contratransferencia se encuentran las manifestaciones clínicas de sendas fantasías inconscientes. Pero siempre las fantasías inconscientes contienen alguna teoría, por precaria y equivocada que sea, sobre los objetos a que se refiere, y sobre sus relaciones mutuas y con el sujeto mismo. En realidad podemos sostener que cabe nuevamente usar la idea de teorías en ciernes, cuya validación o refutación no ha podido realizarse adecuadamente, básicamente porque quien las sostienen no han llegado a testearlas en un proceso racional de puesta a prueba de las hipótesis. La transferencia misma puede ser vista, según los vértices (Bion), como fantasía inconsciente y como teoría del sujeto acerca de si mismo. Como teoría, indudablemente incluye en parte o en un todo alguna teoría sexual infantil del sujeto (Zysman, 1997b). Sin embargo dicha teoría admite ser refutada por la interpretación analítica, lo cual brinda al paciente la posibilidad de reformularla de un modo más realista y por lo tanto menos patógeno. Vale la pena a este respecto recordar lo sostenido por Etchegoyen (1981, 1986) al resumir sus puntos de vista sobre la interpretación transferencial del desarrollo psíquico temprano: “cada uno de nosotros guarda un conjunto de informes, recuerdos y relatos que, a modo de mitos familiares y personales, se procesan en una serie de teorías, con las que enfrentamos y ordenamos la realidad, así como nuestra relación con los demás y con el mundo. Empleo la palabra “teoría” en sentido estricto, una hipótesis científica que pretende explicar la realidad y que puede ser refutada por los hechos, como enseña Popper (1962); y que a mi juicio coincide con el concepto psicoanalítico de fantasía inconsciente”. (Los subrayados son nuestros). Nos parece posible agregar a estas afirmaciones que la conocida “novela familiar del neurótico” (Freud, 1909) está constituida, precisamente, por una tal conjunción de mitos personales que se presentan en forma de teorías, con las que el paciente intenta dar cuenta de su historia y de su estado actual. Las mismas, que pueblan los consultorios analíticos, se encuentran con las teorías explicitas e implícitas del analista que se expresan en la interpretación. Diremos también, por fin, que los puntos de vista que estamos exponiendo son coherentes con los puntos de vista que subrayan la relación intima entre fantasía inconsciente y procesos creativos, tal como los describe Segal (1991), cuyo relato retoma Steiner (2003). Si bien Segal se refiere fundamentalmente a la creatividad artística, sea la del pintor o la del escritor, nos parece que no pueden caber dudas de que la capacidad de formular teorías es una expresión creativa privilegiada de la mente humana, para nada ajena a los otros tipos de creatividad ni carente en sus formas de atractivos estéticos.

Tenemos entonces, hasta donde podemos ver, las teorías explicitas y las dos clases de teorías implícitas, la segunda de las cuales hemos introducido aquí. Sabemos que al hacerlo hemos dado un paso que debe mostrar su validez al ser aplicado: es el que abre la comprensión del armado de teorías y de la coexistencia de ellas en la mente a la participación del inconsciente, pero no solo el descriptivo sino el sistemático. Los usuarios de la teoría de las relaciones objetales no se sorprenderán por esta propuesta, mas aún, nos parece que la convergencia entre teorías inconscientes y fantasías inconscientes constituye para los mismos un observable clínico y que su interpretación constituye la médula de su técnica. A quienes no lo son solo podemos decirles que a nosotros nos parece que ha mostrado su validez y que se presta para una ampliación del ‘mapeo’que ofrezca mayores posibilidades de aplicación. Solo resta que los psicoanalistas en general la tomen como una hipótesis que vale la pena considerar y acepten ponerla a prueba.

Para terminar nos parece adecuado traer a colación algunos conceptos del epistemólogo Larry Laudan (1986). El mismo distingue los problemas que abordan las distintas ciencias y los clasifica como “potenciales”, “anómalos” y “resueltos”. Los primeros son los que surgen en la práctica y por ese motivo carecen de teoría hasta ese momento. Volviendo al ejemplo de la transferencia, el descubrimiento del “falso enlace” en las histéricas por parte de Freud podría caber en esa denominación. En el relato del caso Dora, Freud en el epílogo muestra ya un conocimiento importante del fenómeno transferencial, pero es un problema “anómalo”, esto es, todavía no cuenta con una teoría explicativa propia y debe recurrir a teorías aledañas: ignorancia, celos, etc. Es recién con las formulaciones de ‘Dinámica de la transferencia’ que Freud introduce una teoría comprensiva de la transferencia (recordemos que ya en 1910 había debido enfrentarse con las dificultades de la contratransferencia), con lo que podríamos decir que había pasado a tener, en términos de su teoría en desarrollo, un ‘problema resuelto’. Se trata de un tipo de teoría que según Laudan “se puede considerar que ha resuelto un problema si funciona significativamente en cualquier esquema de inferencia cuya conclusión es un enunciado del problema”.

Nos parece que este breve ejemplo permite ver de cerca la interacción de las distintas teorías en la mente de Freud, como las privadas alcanzan en un momento dado el status de explicitas o públicas, y como al mismo tiempo se va pasando del reconocimiento de un problema a la formulación de una teoría eficaz para dar cuenta del mismo.

Descriptores:

Teorías; teorías explicitas; teorías implícitas o privadas; fantasía inconsciente; transferencia; contratransferencia; mapeo.

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Lilia Bordone <liliabordone@fibertel.com.ar>

1 O, desde otras perspectivas teóricas, de la parte adulta de nuestra personalidad, o del yo idealmente plástico, etc. etc.

2 Uno de nosotros (S.Z.) ha participado como discutidor del proyecto de “mapeo” y presentador de material clínico en los recientes Congresos de la IPA en New Orleáns y Río de Janeiro (2004-2005).


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