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PSYCHOMEDIA
TERAPIA NEL SETTING INDIVIDUALE
Psicoanalisi in America Latina



La cultura y sus mareas

di Carlos Barredo

Member Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA)
Director Cientifico della Federación de Psicoanal’sis de América Latina (FEPAL)



Las “mareas” del título, más allá de cierta referencia freudiana: “pleamar, marea de las mismas pasiones que curen los síntomas”, me pareció una figura de movimiento que daba cuenta del vaivén sugerido cuando se trata de pensar la adolescencia en el marco de cultura-contracultura.

La adolescencia, en general, es pensada como una segunda oleada de transformaciones que debe operar sobre el resultado de una primera oleada: la infancia.

Será la infancia, entonces, el punto de partida de esta presentación. Proceso por el que el “infans”, el que no habla aún, el cachorro humano, se incorpora en el orden de determinaciones del lenguaje y, padeciendo los efectos de esa incorporación, se convierte en hablante, se humaniza.

Así pienso ese primer movimiento, lejos del marco de una psicología evolutiva que fija una serie de transformaciones o la adquisición de capacidades en el atravesamiento de una secuencia predeterminada de estadíos.

Esta oleada inaugural culmina en lo que se denomina latencia, término pleno de resonancias para dar cuenta de un equilibrio tenso entre la represión y sus retornos, que hace posible una serie de esfuerzos adaptativos y permite el ingreso en la escolaridad con sus logros educativos.

La adolescencia es una nueva pleamar de las mismas pasiones. Si es una contracultura, lo es en el sentido de una contralatencia, un movimiento que se contrapone a los logros adaptativos concebidos como parte de una ideología del “progreso”.

Es un intento de redención, tal como lo formula Walter Benjamin: una nueva oportunidad para la historia de los vencidos, para que aquello que sucumbió a la represión pueda hacer oír su verdad, integrarse en el lazo social.

En este sentido es un movimiento instituyente que cuestiona, subvierte lo instituido por la latencia.

Para ilustrar el primer movimiento de marea, la inclusión del “infans” en un orden de discurso, quiero relatar una experiencia, haber visto dos videos que son parte de una investigación en curso sobre la interacción entre madres y sus bebés.

En cada uno de los videos, el bebé está en su sillita de comer y la madre, a la vez que lo alimenta, intenta enseñarle el gesto de girar la mano mientras canta: “que linda manito que tengo yo”.

La madre formula una demanda, un llamado a incluirse en un juego gestual.

El niño que responde, al hacerlo, incluye y se incluye en secuencias, ritmos, acercamientos y distancias, secuencias que han sido descriptas (Didier Houzel) como danza, esto es: relación entre sonidos y cuerpo en una imagen estética.

En el juego entre la madre y el “infans” se da un vaivén entre momentos de contacto y acomodación o captura en la demanda materna, y momentos de retracción.

Ante esto las dos madres reaccionan de modo distinto, una tolera más la retracción o apartamiento del contacto, mientras que la otra insiste de manera cargosa, produciendo cierto malestar en el observador.

Lo curioso es que el niño forzado, responde, se sobreadapta, consiguiendo una coordinación motriz antes de lo habitualmente esperado (a los 6 meses en vez de los 8 por ejemplo).

Se percibe la presión de la insistencia, la violencia con la que se requiere la sumisión a un discurso de Otro que lo domina. Discurso de: Dominus, amo, dueño, que demanda obediencia, sumisión adaptativa.

Esta violencia es estructural, necesaria y no contingente, sólo puede ser modulada, y no obviada o suprimida, por la madre “suficientemente buena” (nunca del todo), que tolera la retracción del contacto sin leerla como oposición.

En el ámbito de la cultura este vaivén puede apreciarse entre el estado como representante del discurso dominante, que no puede gobernar sólo en base a imponer coerción, tiene que recurrir a la creencia, hacer creer, y para eso construye ficciones, relatos oficiales, como estrategias para hacer creer.

La literatura y las artes en general, en cambio, disputan ese espacio, construyendo universos antagónicos a los de las ficciones estatales.

En el sujeto hablante, el que deviene humano (hu-manito), lo que sostiene ese espacio de libertad como alternativa a la sumisión a la demanda de satisfacer los requerimientos del Otro, es el recurso al fantasma, dimensión de satisfacciones secretas ligadas a escenas imaginarias que lo habitan y donde puede refugiarse por “introversión”. Se evita de esa manera el quedar capturado, preso, de una realidad que se impone como completud, que intenta desconocer, no querer saber de los enigmas del deseo que hacen a la “realidad psíquica” del fantasma.

El adolescente en nuestra época es ese sujeto que aún bajo los efectos de la primera marea “civilizadora”, enfrenta el panorama de ficciones que su cultura le impone como propuestas identificatorias, sea bajo la forma de la ilusión de progreso

indefinido, de las soluciones más o menos reivindicativas de sus diversas tribus, de la tentación mortífera de la esclavitud en las sectas que prometen la eterna felicidad en la sumisión a sus gurús, etc.

Ante este panorama se le abre simultáneamente la posibilidad de hacer una experiencia en el sentido de lo que Bataille define como: “un viaje hasta el límite de lo posible para el hombre”. Viaje que cada cual puede no hacer, pero, si lo hace, esto supone negadas las autoridades y los valores existentes que limitan lo (hasta entonces) posible.

O también en el sentido de lo que Blanchot define como experiencia límite, esto es: “la respuesta que encuentra el hombre cuando ha decidido ponerse radicalmente en entredicho”. Decisión no siempre conciente.

Hay en esta experiencia límite una renuncia al sí mismo, un cuestionamiento al ser, en aras de la fundación de un nuevo ser.

Quiero señalar, además de la puesta en cuestión de los límites, el factor de decisión, de responsabilidad del sujeto en esa coyuntura en la que, aún no concientemente, debe enfrentar y resolver una elección.

En caso de que la decisión no se dé, por conformismo, cobardía o disminución de la imaginación para negar la realidad psíquica

inquietante, el viaje no se emprende. Las operaciones que instauran las transformaciones adolescentes no se producen, y se dan como resultado los cuadros de “latencia prolongada”. Es como si nunca hubiese llegado la segunda marea.

En quienes deciden emprender el viaje, se promueve ese juego de socialización de procesos internos que se da en llamar proceso adolescente, como una experiencia necesaria y saludable para poder distanciarse de la protección, los servicios y las reglas, tanto de conducta como de ética, de la vida familiar.

Esto abre la posibilidad de rediseñar su inserción en el lazo social y crear un espacio para las relaciones íntimas, partiendo del valor y la autoridad que se generan en el seno de la experiencia misma, del nuevo contacto con la marea de las determinaciones inconcientes que lo habitan. Lo que los analistas meltzerianos llamarían enfrentar sus confusiones, o los norteamericanos regresión al servicio del yo.

De los jóvenes inmersos en este vaivén de flujos y reflujos, como los héroes trágicos en la tensión entre ley pública y propia, algunos llegan a la consulta del psicoanalista, sea porque naufragaron en los escollos del recorrido, sea porque sufren los efectos de no haber iniciado el viaje.

Para ellos, el ingreso en el dispositivo analítico es también una oferta de juego, distinto al de la manito, porque la condición para ingresar en esa Otra escena a la que la transferencia convoca,

llama, es la renuncia por parte del analista a cualquier intención de dominio o educación, a cualquier sugestión adaptativa u ortopédica.

Si el analista consigue sostener esa posición ética novedosa que caracteriza al discurso del psicoanálisis, si consigue abstenerse de connivencia o complacencia con salidas ideales, esto es: identificatorias, entonces el análisis podrá ser el lugar en que los síntomas, los restos del naufragio de antiguas luchas entre represión y retornos puedan ser, al calor de la transferencia, resueltos y lavados, purificados en las aguas de las mismas pasiones que los generaron.

Esta nueva pleamar es la que se da como posibilidad y esperanza en la transferencia.

Para tratar de aclarar y desplegar lo que la experiencia transferencial pone en juego, quiero tomar como punto de partida una frase que puede leerse en el estadio de Boca Juniors: “la bombonera no vibra, late”.

La frase habla de una experiencia mecánica, pero en tanto afecta a los sentidos también estética. Hacer de esta vibración un latido, algo del orden de lo vital que pulsa.

Se puede “vivir” esa experiencia, pero conseguir atraparla en una frase es algo del orden de lo poético, a lo que sólo se accede por estar inserto en el lenguaje. Sólo se capta en el juego posible entre los significantes “vibrar” y “latir”, en eso que entre ellos resuena.

Una experiencia de ese orden es lo que ofrecemos a los adolescentes que llegan a la consulta. Ellos traen, en sus relatos, discursos que los han afectado, (“que linda manito”, “duérmase mi niño”, etc.), mensajes cifrados, enigmas en relación con el destino y el futuro.

Palabras que han llegado como avisos personales atravesando, incluso, las generaciones. Mensajes que, a la manera de los que le llegan al héroe trágico, dan cuenta de esa presencia aterradora de una palabra hermética y a la vez verdadera, que tiene el poder de cambiar la vida, que pone de manifiesto un uso del lenguaje y de la pasión. De ello padecemos los hablantes.

A esos mensajes absolutamente singulares, más allá de los moldes culturales a través de los cuales se hagan oír, la peculiar escucha del analista, les abre los caminos de la resignificación. Por estar dirigidos en transferencia a quien un discurso nuevo sitúa en un lugar especial, ingresan en juegos de verdad, juegos de lenguaje con ese poder de cambio sobre la vida que la palabra adquiere cuando funciona como revelación, como un momento de corte en el seno de una secuencia asociativa determinada.

En síntesis y para finalizar: esta experiencia cultural novedosa que es el psicoanálisis y que emerge en el siglo XX como un nuevo discurso que Freud da a luz, brinda a los adolescentes que nos llegan una nueva oportunidad.

Por esta experiencia cultural y por preservarla en su especificidad como la experiencia del legado freudiano, somos los únicos responsables.


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